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Un grafiti en el este de Caracas contra la “dictadura” de Nicolás Maduro recuerda, ya descolorido, que hace un mes por esa misma calle caminaron decenas de miles de personas que apoyaron un fallido y efímero levantamiento militar liderado por el jefe del Parlamento venezolano, Juan Guaidó. Hoy, cuando sigue siendo Maduro quien gobierna desde el palacio presidencial de Miraflores, la exaltación opositora de aquel 30 de abril parece haberse apagado y lo que fue un escenario de batalla durante 48 horas ahora solo muestra la normal afluencia de vehículos en la principal autopista de la capital venezolana. La jornada de hace un mes arrancó una hora antes del alba cuando Guaidó, reconocido como mandatario interino de Venezuela por más de 50 países, anunció en su cuenta de la red social Twitter que había comenzado el “cese de la usurpación”, como había prometido conseguir en enero cuando juró como presidente al considerar que Maduro usurpa el cargo. Con semejante anuncio los venezolanos saltaron de sus camas antes que de costumbre: los caraqueños para acercarse al lugar del pronunciamiento de Guaidó (las cercanías de la base aérea militar La Carlota), y otros millones en el interior del país para seguir el desarrollo de los acontecimientos por las redes sociales. El puente en el que entonces se atrincheraron Guaidó, el grupo de militares que lo respaldó y el opositor Leopoldo López, a quien liberaron del arresto domiciliario en que se encontraba, no presenta este jueves ningún vestigio evidente de lo que se ha considerado el mayor levantamiento hasta ahora contra Maduro. Las calles cercanas a ese puente en las que se movilizaron durante horas unos eufóricos detractores del chavismo han recuperado la normalidad de la crisis que Venezuela vive desde hace años y muestran hoy algunas tiendas cerradas, baja actividad comercial y, a diferencia de aquella vez, libre tránsito. Es en el pasaje entre el puente-trinchera y la popular plaza Altamira, un sitio de frecuente manifestación antichavista, donde aparece la mayor cantidad de rastros (aún así escasos) de esa asonada que desencadenó una cacería del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) contra quienes participaron en estos hechos. Por un lado, los mensajes “No a la represión”, “Hambre” y “Fuera Maduro” quedaron grabados en esa pasarela caraqueña donde por primera vez en cinco años López caminó y compitió en popularidad con Guaidó, mientras se abrían paso con esfuerzo entre la muchedumbre. Desde otro punto de vista, los efectos de aquella “osadía” son recordados cada semana por el TSJ que, con la ayuda del oficialismo, ha procesado a casi una veintena de diputados saltándose las prerrogativas legislativas bajo el argumento de que cometieron delitos flagrantes. En apenas treinta días, el Parlamento venezolano, de contundente mayoría opositora, se quedó sin quince diputados que perdieron la inmunidad y están en riesgo de ser detenidos por decreto de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), integrada solo por chavistas y no reconocida por numerosos gobiernos. Mientras tanto, quien lideró la rebelión sigue libre y recorriendo el país, y López, sobre quien pesa una condena de casi catorce años desde 2014, continúa en la residencia del embajador español en Caracas. Fuera, se mantiene a todas horas una decena de efectivos del Servicio de Inteligencia (Sebin) que esperan capturarlo en caso de que pretenda salir de allí. Lo que fue la chispa de las protestas callejeras sigue patente, como es la escasez de gasolina en el interior de Venezuela, y, aunque a diario hay manifestaciones, las demandas tienen que ver en su mayoría con temas sociales como la pobreza, la escasez generalizada, los apagones o la falta de agua potable. Con todo, la promesa de un “inminente” fin de la llamada revolución bolivariana, en el poder desde 1999, es reiterada por Guaidó casi a diario, con la misma frecuencia con que desmiente cualquier posibilidad de negociación con el Gobierno que no suponga un giro de 180 grados.